
La famosa trilogía de películas de El Señor de los Anillos comienza con la voz de Galadriel que, con una breve narración, nos introduce en la historia, y ahí ella pronuncia la frase: «el corazón de los hombres se corrompe fácilmente». Estas palabras recuerdan muchos a otras recogidas en la Biblia: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo entenderá?» (Jer 17, 9). Es verdad, no es fácil alcanzar ese principio clásico de la sabiduría del «conócete a ti mismo”, conocer qué hay en lo más profundo del hombre, su interioridad.
Autoría: Arturo Garralón Blas / Capellán de Alborada
Pero esta dificultad cambió radicalmente a partir del momento en que una madre primeriza, con su bebé en brazos, escuchó las palabras referidas a su hijo pronunciadas por un anciano: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción –y a ti misma una espada te traspasará el alma–, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34-35). Esto ocurrió cuando la Virgen María y San José presentaron por primera vez al Niño Jesús en el Templo de Jerusalén.
Y ahí estamos cada uno de nosotros, que a veces rezamos, y nos esforzamos por hacer las cosas bien, y nos llenamos de buenas intenciones y, al poco tiempo, nuestro corazón se acobarda y acomoda.
La celebración cristiana de la Semana Santa vuelve un año más como una nueva oportunidad para despertar nuestro corazón y elevarlo, un corazón muchas veces semejante al de un funcionario romano, sin conciencia ni profundidad, y hacerlo más parecido al de la Verónica, atento al pequeño gesto de saber escuchar y comprender al hijo o al cónyuge, o como el del Cireneo, que comparte la carga ajena de las tareas domésticas o profesionales, o como el del adolescente Juan, que es capaz de mantenerse fiel junto a los que más ama, quizá gracias a su cercanía con la Virgen.
Si tenía razón Galadriel sobre la corrupción del corazón humano, también lo es que el corazón tiene una capacidad inmensa de renovarse, y que el mismo Dios ha querido tener un corazón humano «para que nosotros nos levantemos: una vez y siempre» (San Josemaría, Vía Crucis). La Virgen María, aunque tuvo que pagar el precio de sentir el alma traspasada, es nuestra mejor maestra para purificar el corazón estos días.