Tras romper el hielo inicial, cada uno se fue a su casa a cenar con su familia. De los días posteriores, cada uno podrá contar su experiencia particular… De lo que no cabe duda, es que cada día fue una aventura. Entre las excursiones más destacadas, podemos hablar de nuestra visita grupal a Colonia. Su imponente catedral nos recibió por todo lo alto, nunca mejor dicho, pues sus góticas torres son las terceras más altas de Europa. No hay duda de que la catedral de Colonia es un auténtico tesoro arquitectónico, su silueta se alza sobre la ciudad despuntando hasta el cielo. Los que tuvimos ocasión de subir los 533 escalones que permitían llegar hasta arriba, tampoco nos quejamos de la perspectiva que nos dio del Rin serpenteando entre la ciudad. El fin de semana fue libre, cada familia hizo planes distintos, unos visitamos Bonn, otros Frankfurt, otros los mágicos castillos, la impresionante fortaleza, breves cruceros por el Rin… Entre semana, hubo otros planes grupales, como atravesar el Rin en teleférico, Gymkhanas, comidas grupales, o simplemente callejear por Koblenz todos juntos.

Lo más especial de hacer turismo durante un intercambio, es que puedes adquirir una visión mucho más ‘nativa’ de los lugares que se visitan, y puedes hacer actividades que nunca se te habría ocurrido hacer si estuvieras alojado por tu cuenta en un hotel, por ejemplo, hacer picnics en el río, o ir a festivales y fiestas tradicionales en los pueblecillos, etc… No obstante, lo más sorprendente es poder tener la experiencia de tener una vida alemana, convivir con una familia alemana durante días. Despertarse una mañana de domingo, subir a desayunar con toda la familia en el jardín mientras escucháis la radio en alemán, comprobar si solo comen salchichas a la hora de la cena es cierto o es un mito… Al principio puede parecer difícil saber de qué hablar, pero de alguna manera, las palabras van saliendo poco a poco y al final, termináis todos echándoos unas risas al ver lo que te cuesta construir tres frases en alemán seguidas… Y es que todo esto te da una perspectiva más auténtica, más inmersiva, completamente única, y aunque no pares de hacer el ‘guiri’, puedes llegar a sentirte un poquito alemán.

Finalmente, creo que hablo por todos cuando digo que nos llevamos mil recuerdos, mil anécdotas y mil momentos para recordar toda la vida. He descubierto que puedo hacer mil cosas que no sabía que podía hacer, me he obligado a mí misma a ser autónoma, a ser un poco más independiente. Hemos hecho mil amigos, por primera vez en mi vida, he construido verdaderas amistades con personas que no hablan mi idioma. Han sido unos días de aventuras sin fin, hemos vivido en un ambiente completamente diferente al nuestro, días que siempre recordaré llenos de energía y vida, que derrochaban juventud y ganas de hacer cosas… Días en los que el idioma que menos horas ha recibido es el español, días en los que hemos reído, caminado hasta que nos han dolido los pies, y días en los que hemos llorado… La despedida fue algo digno de ver: 50 adolescentes apalancados en el hall del colegio, negándose a mover sus maletas, la mitad llorando abrazados, mientras que Britta entraba y salía gritando: ‘¡Ya es hora de irse!’

Un intercambio es una experiencia inolvidable, que todo el mundo debería vivir al menos una vez en la vida. ¿Y sabéis por qué? Porque descubriendo un idioma, hemos descubierto a las personas que lo hablan, y eso… no tiene precio.

Pincha aquí para leer el artículo sobre la primera parte del intercambio.

¡Muchas gracias a Britta por habernos dado esta oportunidad! Y sobre todo, ¡muchas gracias a todas las familias alemanas que nos han acogido! Nos habéis hecho un regalo inolvidable.

Artículo original publicado aquí